IRVING CABRERA TORRES
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En la última década, en el corazón de uno de los barrios con mayor índice de delincuencia de la Ciudad de México, se ha desarrollado un insólito culto religioso que reúne a un creciente número de prosélitos, pertenecientes, en su gran mayoría, a los sectores marginales de la enorme metrópoli.
Se trata del culto a la llamada “Santa Muerte”.
Sí, se le rinde culto a la muerte, devoción que hace pensar en reminiscencias de los antiguos ritos aztecas, al igual que el culto a los muertos que se observa los primeros dos días de noviembre de cada año en las casas y cementerios de todo el país, fiesta distintiva de la cultura mexicana, en la que se suele regalar a los amigos y parientes calaveras de azúcar en cuya frente se escribe el nombre de la persona deferenciada.
En la actualidad, dadas las condiciones de caos y violencia que vive el país, el culto a la Santa Muerte cobra mayor relevancia.
Desde hace unos años, el primer día de cada mes, se celebra una “misa” al aire libre en una calle como tantas de ésta inmensa ciudad, frente a un improvisado templo con la grotesca y esquelética figura vestida con ropajes extravagantes de estridentes colores y encapsulada en una vitrina iluminada con luces de veladoras y de neón de colores
Ornamentada con una interminable cantidad de baratijas, repleta de ofrendas y amuletos propios de la proclividad del mexicano hacia la idolatría, la figura de la muerte con su guadaña convoca a un gran número de personas que en su marginación, clama por consuelo, ayuda espirutual y a cambio ofrecen vehementes plegarias, promesas delirantes y deseos impregnados de fanatismo.
Dado que la gran mayoría de esos fervientes y devotos fieles proviene de las capas más discriminadas de la sociedad, rechazadas tanto por la iglesia católica como por las instituciones civiles, entre sus fieles se encuentra una variada gama de prostitutas, trasvestis, drogadictos, exconvictos y narcotraficantes, así como miles de personas deshauciadas por enfermedad. Todos se reúnen portando fetiches y efigies en miniatura de la Santa Muerte —muchas veces elaboradas por ellos mismos— que llevan a “bendecir” en esta nueva iglesia callejera que parece más benévola e integradora que los rígidos estereotipos religiosos y civiles, pilares de la sociedad.
Este culto, que sirve para pedir protección y consuelo tanto como para expiar culpas es, por así decirlo, otra cara de la tolerancia religiosa.
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