J. L. Vidal Coy

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LA MUJER Y LA MUERTE

En un culto tan heterodoxo y sincrético, destaca el papel que desempeñan las mujeres mexicanas, algo que me impresionó desde mi primera visita al Altar de Doña Queta Romero, en la calle Alfarería de Tepito, en 2016. Son omnipresentes y devotas, la mayoría sin aspavientos ni adornos, mostrando modestia y piedad. Otro tanto ocurre en el Santuario Nacional que organizó Jonathan Legaria Vargas en Tultitlán, conocido como el Comandante Pantera, que a su muerte a causa de un balazo, fue «heredado» por su madre, otra doña Enriqueta, pero esta vez Vargas.

Contrasta la actitud general de las mujeres que se acercan a esos y otros altares que he visitado en los últimos años, con escenas a veces estrambóticas y hasta ofensivas de algunos hombres que parecen presumir de masculinidad haciendo ostentación de su aparente y supuesta devoción a la Niña Blanca. Ellas, en general, quedan como las auténticas sostenedoras y transmisoras del joven culto que, pocas décadas después de su consagración popular, está ahí para quedarse y permanecer.

J.L. Vidal Coy.

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